El Matrimonio Fracasó
Se buscan culpables, se eluden responsabilidades, se pierde respeto, sea lo que sea, sencillamente aquello que empezó con una gran ilusión se acaba de terminar. A muchos nos llamará la atención, quizá cada vez menos, enterarnos que un matrimonio se ha arruinado en su primera etapa, aquella en la que la pareja aun no terminaba de conocerse por completo.
Dado a lo común de estas situaciones ya hemos dejado de sensibilizarnos y sobre todo a cegarnos frente a la indudable transcendencia negativa que ésta decisión aplica sobre sus protagonistas y en lo más penoso de los casos, sobre sus hijos. Sin embargo, cuando la noticia involucra a alguien muy cercano a nosotros nos hace tildarla de tragedia, midiendo entonces la magnitud de las consecuencias y haciéndonos reflexionar del cómo fue posible que la pareja que empezó con un buen perfil matrimonial haya llegado tan pronto a desencantarse en el compromiso más importante de sus vidas.
Es cierto, existen matrimonios que nunca debieron darse porque se conocía con antelación que sus intérpretes no estaban a la altura de la formalidad del compromiso que estaban por contraer, pero incluso en situaciones como estas, han habido parejas que mostrando resistencia a sus flaquezas y, lidiando contra toda adversidad, han podido mantener y sacar adelante el hogar que iniciaron con muy bajas expectativas para satisfacción y placidez de ellos.
Ahora bien, podemos entonces hacernos la pregunta de que si en casos como este pese a las escasas probabilidades de éxito, lo han logrado, por qué motivo no pudieron los que empezaron con ventajas. De qué depende que un joven matrimonio navegue en aparente armonía y otro, supuestamente en similares características, naufrague en las primeras tormentas.
Miedo a frustrarse
Los jóvenes que se casaron en los últimos diez años pertenecen a la llamada “Generación Y”, de características muy aceleradas, que tuvieron bastas facilidades y oportunidades para experimentar lo que se les antoje, y muchos de ellos hicieron de todo y en exceso. No existía espacio para fracasar, porque era muy fácil cambiar de vestuario, de discoteca, de estudios, de carro, celulares e incluso, de pareja.
Para muchas personas de este grupo, la desaceleración producida por el matrimonio fue más fuerte que los juramentos nupciales y, faltos de paciencia y de hasta de memoria frente a “hasta que la muerte los separe”, no pudieron resistir la frustración que es el principal enemigo del matrimonio joven y queramos o no, está presente desde el primer día en que se vive casados.
La frustración es una reacción emotiva muy difícil de controlar, se produce cuando en el camino hacia la búsqueda de un propósito, nos topamos con obstáculos que nos impiden avanzar. Este obstáculo puede ser nuestra pareja, quien no comparte nuestras metas, o no cumple con las responsabilidades que acarrea un matrimonio, o son de los muchos que pensaron que al casarse, resolverían todos los problemas con los que se llegó al altar. Se creía que les deparaba un matrimonio perfecto porque sencillamente se lo merecían pero la realidad reveló que el camino era cuesta arriba.
Como ven, todo esto causa frustración innegable, y al no ser resuelta se puede convertir en agresividad pasiva (estar de mala gana, fastidiar al otro, buscar amistades separatistas, etc.) o agresividad pasiva (abuso físico y verbal, crueldad mental), e incluso agresividades a sí mismo (intentos suicidas, conductas arriesgadas y adicciones).
El alejamiento
Es en este punto cuando la pareja cree que mejor estaría cada cual por su lado. Y si a esto se agrega que muchos padres (suegros), para “no ver sufrir” a sus hijos, los acogen en sus hogares facilitando una separación prematura, se completa la receta para el fracaso matrimonial. En general, la separación en personas inmaduras los expone a influencias externas que podrían ensanchar aún más la distancia ya producida.
¿Se puede impedir el fracaso?
No existe una fórmula mágica, pero sí hay lineamientos básicos que han pasado la prueba del tiempo. Para casarse se necesita estar enamorado. El amor es el combustible con que “arranca” el matrimonio, pero por lo general tambalea a lo largo del tiempo.
La vida sexual complementa el escenario. La amistad crea la base de mutua confianza que termina de fortalecer la estructura del matrimonio. De las tres bases, la amistad es la más estable, y puede implantarse y estimular desde mucho antes del matrimonio. Recordemos que no hay felicidad mayor que saber que nuestra pareja es nuestra mejor amiga.